2023/05/17

Peter Fechter y "Estrella blanca, estrella roja"

Post invitado del autor Joseto Romero

 

Hay muchos sucesos pasados que ignoro y que, cuando los descubro, me golpean con tanta vigencia como si fueran noticia.

Hace un tiempo me interesé por Nino Bravo, ese cantante de voz poderosa, vídeos en blanco y negro y del que todos -al menos todos los de mi edad- sabemos de memoria algunos estribillos.

Descubrí que la famosa canción Libre se suele atribuir a la historia real de Peter Fechter.

 

Peter Fechter


Peter fue asesinado en 1962 al intentar cruzar el muro de Berlín. Tenía solo dieciocho años. Fue tiroteado por la Deutsche Grenzpolizei, los militares encargados de vigilar la frontera entre las dos Alemanias. El joven se desangró durante una hora, sin ayuda, delante de decenas de testigos.

Dieciocho años. Un niño.

Yo a los dieciocho años no tenía la misma conciencia del riesgo que tengo ahora. De alguna manera, niños y adolescentes se sienten inmortales. Pero no lo son. Viven muy intensamente y su capacidad de disfrutar es tan enorme como su capacidad para sufrir.

Quizá desde que soy padre me he vuelto más sensible. Cuando leí la historia de Peter Fechter y su trágico final, me afectó de verdad. Sí, un suceso viejo, ya reivindicado y homenajeado, una herida cicatrizada, pero me golpeó con toda la contundencia del presente. Sentí una tristeza enorme y una rabia tremenda. Aquella injusticia, aquella atrocidad, no podía quedar así. Y me daba igual que el muro ya hubiera caído en 1989. Tuve unas ganas enormes de emprenderla a martillazos con una almaina contra aquel muro, como si derrumbarlo físicamente me ayudara a pasar el trago.

Pero no queda ya muro que derribar. Y no tengo una almaina a mano. Tengo, eso sí, papel, bolígrafo y un teclado. Porque soy escritor.

Así creé, como mi homenaje particular, el personaje protagonista de mi relato Estrella blanca, estrella roja, Peter Janos. Lo ubiqué en la ciudad ficticia de Fehresvoros, unión de dos antiguas ciudades enemigas y atravesada por un río, como un trasunto steampunk de Berlín o de cualquier otra ciudad herida tras una guerra. Utilicé palabras en húngaro para poblar el relato de nombres con aire a Europa central y del Este. Y, sobre todo, quise que explotara todo. Sí, quise utilizar el relato como canal en el que detonar toda la rabia que me había provocado la triste historia del otro Peter, del real, de la víctima Peter Fechter.

 

 

Por supuesto, mi versión de escritor racional acudió después para construir la historia de Estrella blanca, estrella roja desde una posición, digamos, más profesional y coherente. Importaba también la escaleta de la historia, el estilo, el ritmo, la ambientación, y no solo la víscera pura.

Añadí elementos románticos, sal y pimienta de mi despensa de experiencias lectoras y que cogí de la balda dedicada a La mecánica del corazón de Mathias Malzieu o de La brújula dorada de Philip Pullman, o de mis referencias audiovisuales como Avatar, la leyenda de Korra.

 

Uno de los ingenios steampunk de La leyenda de Korra

Apliqué técnica y oficio para el desarrollo de la trama y, sobre todo, quise escribir un relato que le gustar a mi mujer.

 

 

Pero la fuerza inicial seguía ahí. La ciudad partida en dos que se lleva almas por su cicatriz.

Creo que no se puede escribir sin un impulso inicial de rabia, amor, tristeza, esperanza o de alguna emoción primaria. Luego viene todo lo demás y, sí, entra en juego el escritor profesional, práctico, capaz de crear una historia con los elementos que tiene encima de la mesa y a base de constancia. Ahí ya no hay musa ni rabia y el trabajo es eso, trabajo, nada de inspiración romántica.

Pero hubo una pulsión inicial. Una fuerza que hizo a la historia nacer. La historia de Peter Fechter que conocí gracias a Nino Bravo y a su grandiosa forma de cantar Libre.

 



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